REFLEXIONES DE LA MADRE DE UNA PERSONA HOMOSEXUAL
Soy madre de un joven que fue homosexual y que murió de
sida hace casi 20 años. Después de unos 4 años de no saber llevar el duelo, de
vivir en el limbo y caer en una profunda depresión de la que salí gracias a
psicoterapias, empecé, de una manera casual, a dar conferencias de prevención
de VIH/SIDA en escuelas de México. De esto hace ya unos 16 años. Me he
convertido en activista en defensa de los derechos de las personas de la
disidencia sexual y en la actualidad imparto talleres para conocer y
contrarrestar el bullying por homofobia en escuelas secundarias del Estado de
Veracruz (México). Llevo ya impartidos 60 cursos, y me siento muy bien con lo
que hago.
Muchas veces me han
preguntado y me preguntan qué significa o que se siente al ser madre de una
persona homosexual. No puedo dar una respuesta puesto que tengo varias
dependiendo de la época de mi vida.
Así, cuando José, mi hijo, reveló que era gay hace 20 años
puedo decir que me sentí muy mal, sobre todo con mucho miedo por lo que le
pudiera pasar pues sabía que agredían y se burlaban de los homosexuales; con
sentimientos de culpa míos y ajenos, de su padre en particular. En ese momento
significó vergüenza, incomprensión y mucho desconcierto por no saber qué hacer
ni a dónde acudir para que alguien me ayudara a sacarlo de esa situación
equivocada en la que se había metido. En ese entonces no había Internet, de
manera que para aclarar mis dudas acudí a la Enciclopedia Británica en la que
decía, entre otras cosas, que la homosexualidad era un fenómeno “anti natura”.
Los meses fueron pasando y todo ese torbellino de
sentimientos se fue aplacando. Sin embargo, no logré comprender qué era la diversidad
sexual ni por qué mi hijo era de esa manera. Yo le decía: - José, te quiero
mucho, pero no puedo aceptar que seas así porque yo no te veo feliz.
Para mí, toda su infelicidad radicaba en el hecho de ser
homosexual pues según leía o escuchaba, eran personas con muchos sentimientos
encontrados y desequilibrio emocional. Mucos años más tarde comprendí que su
infelicidad radicaba en su historia de vida y que no tenía nada que ver con su
orientación sexual.
Más meses fueron pasando y me vi envuelta en otro
torbellino pues José me confesó que era portador de VIH. Ya en ese momento, en
realidad, tenía sida, pero él mismo evadía esa realidad. Del día que me lo dijo
al que murió pasaron apenas dos meses,
mismo que viví en el limbo. Fueron días, meses y aún años después en los que
viví flotando en la irrealidad. Todo demasiado rápido. No tuve oportunidad de
asimilar lo de su homosexualidad y mucho menos lo de su enfermedad. Sobre todo
nunca pude decirle: “José, te amo tal como eres”, pues aún en esos momentos
seguía sin respetar su diversidad sexual. Sin saberlo, lo estaba discriminando.
Sin saberlo, yo era homofóbica, como lo somos la inmensa mayoría de nosotros.
Porque finalmente a eso es a lo que debemos de llegar. No
a tolerar la diversidad sexual, pues la misma palabra que lleva implícita la
idea de condescendencia, para mí, da una idea de que yo juzgo al homosexual y
me siento superior a él. Tampoco me gusta la palabra “aceptar” que aunque en
menor grado, tiene las mismas connotaciones. La palabra es respeto. Al fin y al
cabo, yo como madre, ¿Por qué debo juzgar o inmiscuirme en cómo mi hijo lleva
su vida sexo afectiva? Como tampoco me gustaría que él o ella juzgara mi propia vida sexual. El respeto
debe ser de ambos lados.
Hoy, a la distancia de casi 20 años, siento las cosas de
otra manera. He podido reeducarme en lo que es la diversidad sexual,
entenderla, respetarla. He conocido y conozco cientos de personas LGBTTTI que
son maravillosas, respetables, emprendedoras y luchonas. Y de sentirme culpable
y llena de miedos y vergüenzas, he pasado a ser activista, y a llevar mi voz a
aquellos que me quieran escuchar. Son mis granitos de arena que voy colocando a
través de los Grupos de ayuda a madres,
padres, familiares y amigos de personas gays, lesbianas, bisexuales,
transgénero y heterosexuales que he coordinando en los últimos años. El de Xalapa,
Ver. en la actualidad que incluso funciona vía facebook en “Grupo Xalapa LGBT”
No sé cuál fue la razón por la cual José vivió su vida en
tan pocos años. Pero cada día estoy más segura de que la presencia de mi hijo
en la mía, como la de todos nuestros hijos, y sobre todo la de él por el hecho de
ser homosexual e incluso por haber muerto de sida, ha significado que hoy me
sienta una mejor persona, con un
criterio más amplio gracias al cual he podido respetar la orientación sexual de
otros, sea cual sea, y abrir los brazos sin el menor ápice de discriminación.
Por extensión, ya no discrimino a nadie, ni por su raza, religión, atributos
físicos, o cualquier otra razón que forma la base de lo que hoy nos aqueja como
sociedad, el problema del bullying, la violencia intrafamiliar, el acoso en los
trabajos. Este cambio en mí me llena el alma y me da sentido de vida
indispensable para ser feliz. Hoy extraño a mi hijo y no hay día que no piense
en él, pero soy feliz.
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